jueves, 31 de marzo de 2016

Crónicas radicales




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Era una tardecita de Agosto, de esas que invitan a quedarse pegado a la estufa, leyendo un libro o mirando alguna película. Y sin embargo, Boulevard España se encontraba cortada (y así estaría durante unas dos horas) por varias docenas de estudiantes del liceo Zorrilla que a pesar del tiempo desfavorable habían decidido manifestar en la calle su apoyo a los sindicatos y gremios de la educación en nuestro reclamo por mayor presupuesto, y en particular a sus compañeros del Gremio Estudiantil del Miranda que habían decidido ocupar su liceo durante cuatro días; una medida audaz ya que era bastante más “radical” que las que venían tomando los estudiantes de secundaria hasta ese momento.
Un puñado de docentes y algunos estudiantes de otros centros estuvimos acompañando a los gurises (que ya habían realizado un corte similar en la mañana) y sinceramente me cuesta encontrar palabras para describir el impacto que generó en mí ver a esas varias decenas de adolescentes durante unas dos horas en la calle luchando con mucha rebeldía pero también con mucha alegría, a pesar de la lluvia, el viento y el intenso frío. Lo cierto es que no pude evitar sentirme más identificado con ellos que con varios de mis colegas que prefirieron mantenerse en la sala de profesores, completamente indiferentes a lo que pasaba afuera. Desde ese momento me convertí en un “gordo fan” del gremio de estudiantes, como me definirían después.
Los gurises del Miranda desocuparon su liceo el viernes 14, para –acompañados por un puñado de profesores, sindicalistas y estudiantes de otros centros- llegar a la marcha por los mártires estudiantiles tras una pancarta con un mensaje que invita a cuestionarnos unas cuantas cosas: LA AUTORIDAD NO EDUCA, ADIESTRA.
Eran los primeros vientos de lo que sería una fuerte tormenta, que tendría como novedad a los estudiantes de secundaria como protagonistas.
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Ades Montevideo había decidido en asamblea que comenzaría la huelga el 17 de agosto si el gobierno no atendía nuestros reclamos: aumentos salariales, mejoras en infraestructura, creación de cargos (adscriptos y equipos multidisciplinarios), y que las políticas educativas no sean impuestas desde arriba y diseñadas por gente ajena al día a día de la educación (parece lógico, ¿no?).
Muchos miembros del sindicato mostraron sus dudas y miedos acerca de la medida, planteando no sólo que no conseguiríamos lo que pedíamos, sino que la medida tendría bajo acatamiento, y el sindicato saldría debilitado y fragmentado del conflicto. Confieso que yo mismo, que era afiliado al sindicato hacía unos meses y nunca había participado de una medida de esas magnitudes, tuve mis dudas al respecto.
Los primeros días de la huelga arrancaron con ocupaciones rotativas de liceos en las distintas zonas de Montevideo, con alguna concentración y, si no me equivoco, una marcha (fueron tantas marchas a lo largo del conflicto que es dificilísimo recordarlas todas con exactitud). Al mismo tiempo que los docentes ocupábamos los liceos, se dieron ocupaciones estudiantiles en centros de formación docente y en facultades. La FEUU tuvo durante todo el conflicto un papel mucho más activo que el que había tenido en el conflicto del 2013.
Varias de las ocupaciones liceales fueron realizadas conjuntamente entre docentes y estudiantes. Una de ellas fue la del liceo IBO, en la que pude participar y fue una experiencia muy positiva, superando las expectativas previas de los docentes y las militantes activas del gremio de estudiantes (eran todas mujeres). El mismo día fue ocupado el Zorrilla, también por docentes y estudiantes, ocupación que duraría 48 hs y por la cual pasaron varios cientos de personas (según los propios estudiantes, el año anterior, los militantes activos del gremio se contaban con los dedos).
Algunas de las actividades “subversivas” y “radicales” que se realizaron en el marco de esas ocupaciones incluyen: pintadas, charlas y talleres, partidos de futbol con los estudiantes (ellos jugaron, yo hice lo que pude), pintadas de bancos, tamborileadas, y volanteadas y charlas con los vecinos, en las cuales a pesar de estigmatización mediática a la que es sometido nuestro sindicato, la recepción en general fue buena (al menos en mi experiencia personal).
Los estudiantes le aportaron otra energía a nuestra lucha, con su creatividad, espontaneidad y rebeldía; y en ambas ocupaciones, estudiantes y docentes convivimos en un clima de compañerismo y fraternidad reflejado hasta en las acciones más cotidianas; y en el cual nadie era más que nadie y las decisiones eran tomadas colectivamente.
¿Será posible una educación donde ese clima de fraternidad sea lo normal?
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Es viernes y son alrededor de las 7 de la mañana, después de haber limpiado y ordenado el liceo, decenas de estudiantes del Zorrilla y algunos profesores esperamos la llegada de las autoridades del liceo para desocuparlo luego de 48 hs. de control estudiantil y docente.
Mientras recorren el liceo y comentan que está “más limpio que antes”, bromeo con una estudiante acerca de que el liceo es mucho mejor cuando está ocupado y que habría que crear una “Pedagogía de la ocupación”.
Algunos estudiantes piensan irse de allí al liceo 26 que en ese momento está siendo ocupado por sus profesores y su gremio de estudiantes (gremio que el año anterior no existía); otros se excusan: necesitan dormir.
Yo pienso hacer lo mismo. Es que esa tarde, en ese mismo liceo, tendríamos una asamblea en la cual decidiríamos como continuar con el conflicto.
La asamblea resultaría muy concurrida. Ahí me encontré con muchos compañeros docentes y viejos compañeros del IPA que distan bastante del estereotipo de loquitos radicales con que algunos intentan estigmatizar a nuestro sindicato. En varios casos, hacíamos nuestras primeras armas en la militancia sindical.
En la asamblea discutimos el convenio propuesto por el poder ejecutivo, el que una amplia mayoría consideró inaceptable, entre otras cosas por que: ofrecía un aumento salarial totalmente insuficiente, atado a cláusulas de paz y compromisos de gestión, no se preveía la creación de nuevos cargos (adscriptos y equipos multidisciplinarios), se hablaba de la construcción de nuevos liceos bajo la modalidad de Participación Público Privada, etc. etc.
Mientras decidíamos rechazar el convenio y continuar con la huelga, llegaban todo tipo de noticias y rumores: tal sindicato va a la huelga, tal sindicato hace paro por tres días, etc.
La educación estaba en llamas.
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Estoy en mi apartamento y decido entrar un poquito a internet “para despejarme”, aunque sé que voy a encontrar puras publicaciones sobre el conflicto. Este ha absorbido mi vida al punto de que no sólo he descuidado mi vida social, sino también mi alimentación y por momentos, hasta mi higiene personal. “Para la próxima tengo que encontrar un equilibrio”, pienso en voz alta.
En Facebook me encuentro con la mala noticia: cumpliendo lo anunciado en campaña electoral y basándose en un decreto del gobierno de Pacheco y otro de la dictadura, el gobierno había decretado la esencialidad para toda la educación; aunque la ministra aclaraba: “seguimos abiertos al dialogo”.
Más allá de la dudosa legitimidad jurídica de la medida y su dudosa aplicabilidad, ante nuestros justos reclamos (ni el gobierno pudo desmentir que fueran justos, a pesar de números retocados y demás) un gobierno que se dice “de izquierda” y “progresista” respondía con una medida autoritaria que violentaba nuestros derechos sindicales.
Si el objetivo era amedrentarnos en nuestra lucha, el resultado fue el opuesto: a las pocas horas, cientos (o quizás miles) de personas convocadas a través de las redes sociales, marchábamos al Ministerio de Trabajo, de allí a la Dirección de trabajo, y de allí al edificio de presidencia. Todo con una espontaneidad que nunca había visto en una marcha. Incluso al terminar la concentración, cientos de personas marcharon espontáneamente por 18 de julio para concurrir a la Marcha del Filtro.
En los días siguientes, se multiplicaron los paros y las ocupaciones de centros de estudios en prácticamente todos los departamentos del país, incluso en localidades donde ese tipo de medidas no son para nada comunes. Gran parte de la opinión pública se mostró en contra del decreto y casi ningún sector del partido de gobierno la apoyó abiertamente (aunque en una entrevista Tabaré declararía que le había anticipado la medida a todos los legisladores del FA y sólo uno le había expresado su desacuerdo) (1).
La “frutilla de la torta” fue la marcha del Jueves 27 (precedida por un paro parcial y una marcha del PIT-CNT) que tuvo una concurrencia verdaderamente masiva. En todas esas medidas, los gremios estudiantiles de secundaria (que como ya vengo relatando, tuvieron un crecimiento muy importante durante el conflicto) tuvieron un papel protagónico.
Los sindicatos resistieron y mantuvieron sus medidas. Sin embargo, se trató de una victoria pírrica: mientras se discutía sobre la esencialidad y los paros, vencía el plazo para que el poder ejecutivo enviara el proyecto presupuestal al parlamento.
Finalmente el gobierno levantó la esencialidad, pero el presupuesto ya estaba en el parlamento, y no contemplaba nuestros reclamos. “Derrotamos” la esencialidad, pero no obtuvimos nada de lo que pedíamos al inicio del conflicto.
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Durante los días más álgidos del conflicto, surgió un fuerte malestar de buena parte de los militantes sindicales y estudiantiles respecto a la actuación de la dirigencia del PIT-CNT y de algunos sindicatos de la educación. Las asambleas de varios sindicatos aprobaron declaraciones en las cuales se criticaba la actuación de los dirigentes, y en las marchas empezaron a aflorar cánticos que acusaban a los dirigentes de estar “con el facho de Tabaré” y no con el pueblo.
Hasta los propios estudiantes de secundaria llegaron a cuestionar la actitud de los dirigentes sindicales en varias declaraciones (2).
Varios dirigentes y militantes frenteamplistas se sintieron ofendidos por estas críticas y las atribuyeron a pequeños grupos de “ultraizquierda” que buscaban dividir al movimiento obrero y sus herramientas de lucha.
Pero, ¿qué fue lo que nos molestó a muchos de los protagonistas de la lucha? Si bien el PIT-CNT se declaró en contra del decreto y realizó un paro parcial y una marcha (protagonizada por cientos de compañeros trabajadores); la actitud de los dirigentes fue sentida por muchos como ambigua e insuficiente, y como un intento de quedar bien “con Dios y con el Diablo”, en el cual los intereses político-partidarios llegaron a pesar más que la solidaridad con los sindicatos.
Como ejemplos, podemos mencionar el escaso o casi nulo apoyo recibido en los primeros días de la huelga, la defensa del “compañero Murro” una vez que este firmó el decreto anti-huelga, la firma de un acta que decía que los sindicatos levantarían sus paros cuando varios aun mantenían dichas medidas por tiempo indeterminado (3), o declaraciones acerca de recortar la autonomía que las filiales de los sindicatos tienen para tomar medidas de lucha.
Pero sobre todo, debemos mencionar la postura de “recomendar” a los sindicatos que levantaran los paros a cambio de que el gobierno levantara la esencialidad: esto quiere decir que los dirigentes sindicales plantearon a sus representados que levantaran sus legítimas medidas de lucha, a cambio de que el gobierno levantara una medida autoritaria y anti-sindical. En los hechos esto implicaría el triunfo de la esencialidad, cuyo objetivo era justamente el levantamiento de los paros.
Su nulo apoyo a los estudiantes durante la ocupación del Codicen y su tibia reacción frente al violento desalojo, también serían criticados.
Los desencuentros entre las bases y los dirigentes, molestaron a unos cuantos, incluida la propia ministra, que se quejaba de que los sindicatos ya no eran como en “su época”, en la cual los dirigentes siempre convencían a las bases. A su vez, unos meses después, Juan Faroppa (quién jugaría un papel importante en los hechos del Codicen) se quejaría de que antes “vos hablabas con el representante de la agrupación de la Juventud Socialista o la UJC… ahora tenés que hablar con todos” (4).
Estas muestras de una mayor horizontalidad, así como la pérdida de influencia de los sectores oficialistas (tanto en los sindicatos como en el movimiento estudiantil), fueron tomadas con notorio malestar por algunos, mientras que para otros de nosotros constituyen parte de los aprendizajes fundamentales que los movimientos sociales deberán tener en cuenta para las luchas del mañana.
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El día 2 de setiembre Ades Montevideo decidió levantar la huelga. Al otro día, el diario El País –que de alguna forma grabó las intervenciones de nuestra asamblea sin permiso- publicaba en primera plana la opinión de una compañera que realizó un balance muy negativo de la huelga, señalando entre otras cosas que habíamos dejado a los estudiantes “en orfandad”. La realidad es que El País había elegido tendenciosamente la oratoria más pesimista de toda la asamblea, que estaba muy lejos de representar el sentir de la mayoría de los presentes.
A mí me tocó reintegrarme en un día de coordinación en uno de los liceos donde trabajo. Los profesores del núcleo sindical volvimos con mucho orgullo y con unos cartelitos en el pecho que decían “Docentes en lucha por presupuesto”. Materialmente no habíamos conseguido nada, pero algo nos decía que la lucha no había sido en vano.
Ahora que los sindicatos nos estábamos quedando sin fuerzas para continuar las medidas, la posta la tomaban los gremios de estudiantes: el 65, el Miranda y el Zorrilla volvieron a ser ocupados por varios días. A su vez, estaban ocupados el IPA, el IFES y Magisterio.
Si bien era casi imposible que las autoridades cedieran por unos pocos centros ocupados (a lo sumo se obtendrían algunas mejoras concretas para cada uno), la tenacidad de los estudiantes y el vínculo que habíamos forjado durante el conflicto, llevaron a que muchos docentes sintiéramos que debíamos apoyar y acompañarlos todo lo posible.
Al menos a nivel personal, esta pequeña “ola” de ocupaciones significaba volver a compartir –evidentemente no todo fue color de rosa- un clima de solidaridad y horizontalidad con los gurises. Nadie era más que nadie: incluso las autoridades de Secundaria tuvieron que firmar entrada y salida, como lo hacíamos todos, cuando desembarcaron en uno de los liceos a presionar a los estudiantes.
Al pasar los días, desgastados por una larga lucha y prácticamente sin obtener respuestas concretas – a pesar de muchas reuniones de negociación- los estudiantes de secundaria decidieron… tomar una medida de presión más fuerte.
El viernes 18 de setiembre, en lo que me pareció una medida absurda y admirable al mismo tiempo, los estudiantes de secundaria ocupaban el edificio del Codicen.
7
El martes 22 de setiembre había terminado mi jornada de trabajo y estaba hablando con otras profesoras acerca de la ocupación: los estudiantes no querían abandonar la medida con las manos vacías, pero a medida que los días pasaban, las probabilidades de un desalojo forzoso eran cada vez mayores. Por lo que sabíamos, los estudiantes habían planteado que si se les concedía una reunión con el Ministerio de Economía para ese día, abandonarían el edificio. La reunión nunca ocurrió.
Alrededor de las 18 30, una estudiante vino corriendo y nos dio la noticia: “los van a desalojar”. Tomamos un taxi hasta el Codicen y al llegar nos encontramos a las fuerzas de choque formándose en ambas esquinas del edificio. Los estudiantes de secundaria se encontraban realizando una asamblea para decidir qué hacían.
Afuera, decenas de padres, estudiantes (universitarios y de formación docente), docentes y sindicalistas, respondían al pedido de apoyo de los ocupantes. Otros militantes sociales y “de izquierda” habían preferido ignorarlos desde el primer día.
El clima era extremadamente tenso y el avance policial parecía inminente. Al ver las cámaras de la tele (mientras la ocupación había estado en paz, no le habían prestado mucha atención) decidí ponerme la capucha: “si me van a cagar a palos, aunque sea que mi familia no lo vea en vivo y en directo”.
Al rato, quienes estábamos afuera, nos enteramos de que aparentemente los gurises de secundaria habían recibido la oferta de una mesa de negociación al día siguiente, a cambio de que desalojaran los pisos del edificio donde funcionaban oficinas que no pertenecían al Codicen. Los estudiantes salieron a anunciar que aceptaban la propuesta e inmediatamente comenzaron a limpiar esos pisos para desalojarlos.
Afuera, el clima parecía distenderse. Los policías que estaban armando un vallado sobre la calle Colonia dejaron de hacerlo, los taxis del SUATT que cortaban la calle se retiraron, algunas personas que habían ido a apoyar comenzaron a irse. Recuerdo incluso a una estudiante que aprovechó para sentarse a leer abajo de un foco de luz en la vereda. En lo personal sentía que un desalojo en ese preciso momento era poco probable, pero que no dejaba de ser posible.
Mis miedos se confirmaron al poco tiempo: desde lejos se comenzaron a ver movimientos policiales por la calle Mercedes. En cuestión de segundos, empiezan los gritos: “¡están entrando por el estacionamiento!”.
Quienes estábamos afuera corremos hacia la puerta al escuchar golpes, gritos y vidrios rotos desde el interior del edificio. Al abrir la puerta nos encontramos con el hall del edificio lleno de policías. Intentamos entrar y cuando nos cortan el paso, comienzan los primeros forcejeos.
La forma en que entraron las fuerzas represivas (a todo esto, nunca hubo una orden judicial), generó confusión, nervios, bronca e impotencia en quienes estábamos apoyando a los estudiantes. No sabíamos qué podía estar pasando arriba con ellos (uno no espera que las fuerzas de choque entren de esa forma a regalar bombones y rosas). “¡Son gurises!” y “¡Déjenlos salir!” les gritábamos mientras nos empujaban hacia la calle. Desde afuera empiezan a caer las primeras piedras. Algunos tratamos de calmar los ánimos, pensando que eso sólo empeoraría la situación de los estudiantes.
Me doy cuenta de que en medio de ese embrollo iba a poder hacer poco o nada por ayudarlos, y trato de alejarme de la puerta.
Mientras la vereda de Libertador se convertía en un verdadero campo de batalla, corro hacia la entrada de la calle Colonia, donde veo que los ocupantes están huyendo hacia 18 de Julio, protegidos por un grupo de personas haciendo una especie de escudo humano para evitar que la Guardia Republicana (que avanzaba desde Libertador, apaleando y arrastrando gente) llegara a ellos. A pesar del peligro, algunos seguían entrando al edificio a cerciorarse de que no quedara ninguno de sus compañeros adentro.
Los estudiantes y manifestantes fuimos retirándonos en grupos hacia la Facultad de Ciencias Sociales, seguidos varias cuadras por un enorme despliegue de la Republicana.
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La facultad parecía una especie de hospital de guerra: gente ensangrentada, adolescentes llorando, gente abrazándose emocionada al reencontrarse; y preguntas y rumores sobre los compañeros que no aparecían, los detenidos, etc.
En medio de ese caos, y con varios militantes detenidos (incluido el presidente del sindicato) es que Ades Montevideo decretó un paro para el día siguiente. Mientras, el Ministerio del Interior comenzaba a difundir su versión: los problemas habían sido sólo con miembros de algunas organizaciones radicales, con los estudiantes no había pasado nada.
Al día siguiente, una concentración muy numerosa frente a las puertas del Codicen, se transformó espontáneamente en una marcha hasta las escalinatas del Palacio Legislativo, donde buena parte de los manifestantes (evidentemente no todos) cantaron: “¡Que se vayan todos, que no quede ni uno solo!”.
En los días y semanas siguientes seguirían las marchas en repudio a lo ocurrido y en reclamo del 6%; todas bastante concurridas y protagonizadas por los estudiantes con los que, según Bonomi, no había existido ningún problema.
Sin embargo, mientras comenzaban las detenciones (en algún caso de forma irregular, sin orden judicial), citaciones y procesamientos (finalmente serían condenas a trabajos comunitarios); la mayoría de la población empezó a aceptar la versión oficial de los hechos. Los abordajes mediáticos se centraron en Irma Leites, el SUATT y el abogado de los estudiantes. Un video difundido por el ministerio del interior “demostraba” que no había existido represión a los estudiantes y todo había sido un invento o una exageración de los grupos radicales que habían aprovechado la oportunidad para provocar incidentes (5). El periodista Gonzalo Cammarota llegaría a afirmar que “Irma Leites logró que la mayoría de la ciudadanía hinche por la Republicana”.
Lo cierto es que uno puede tener la opinión que sea respecto a los “radicales” y respecto a las distintas reacciones de quienes nos encontrábamos apoyando a los ocupantes, pero no fueron los radicales quienes dieron la orden de entrar por sorpresa a desalojar a los estudiantes cuando estos creían que había una negociación en marcha. No fueron los radicales quienes mandaron a un manifestante al CTI con el cráneo roto (6), ni quienes reprimieron con armas no autorizadas (7), ni quienes “cagaron a palos al abogado (de los estudiantes)” como se escuchara reconocer a Faroppa (del Instituto de DDHH) (8). Tampoco fueron los radicales los responsables de que en el momento de los hechos no diera la cara ningún parlamentario ni ninguna autoridad de la educación, o de los ministerios de trabajo y del interior, para intentar llegar a una salida negociada.
Epílogo
La etapa más dura del conflicto ya había terminado, y docentes y estudiantes volvimos a clase golpeados, simbólica y literalmente. Incluso, como si ya no hubiéramos aguantado bastante, las autoridades nos acusaron públicamente de causar la deserción de miles de estudiantes (9).
Pero aún quedaba tiempo para realizar la primera Asamblea Intersindical e Intergremial de la educación, que a pesar de realizarse en un momento donde ya se podían obtener pocos resultados concretos, mostró la voluntad de generar espacios de encuentro y organización entre los militantes de los sindicatos y los gremios estudiantiles que protagonizamos el conflicto desde las bases.
También quedaba tiempo para que los gurises realizaran un Encuentro Nacional de Estudiantes de Secundaria y Utu, donde se buscaron formas de organización y coordinación acordes a la nueva realidad del movimiento estudiantil.
Por su parte, la Federación Nacional de Profesores, tuvo su congreso hacia fines de año, el cual marcó una pérdida de peso de los sectores oficialistas, acorde a lo que había sido la tónica del conflicto. Sin embargo, las últimas semanas del año, tras las presiones del “compañero Murro”, los sindicatos docentes terminaron aceptando el convenio salarial que habían rechazado a inicios del conflicto (Ades Montevideo volvió a rechazarlo por amplia mayoría, pero la asamblea nacional de delegados decidió aceptarlo por una pequeña diferencia de votos).
Así se cerraba un año que tuvo al conflicto de la educación en el centro de las noticias. Un conflicto que si bien no nos deja grandes conquistas en lo material, nos deja una serie de experiencias y aprendizajes que nos enriquecen tanto individual como colectivamente y nos servirán para futuras luchas, como por ejemplo la importancia de luchar por movimientos sociales independientes y horizontales. Un conflicto en el que peleamos contra mil obstáculos y enemigos poderosos, y aun así demostramos qué tan fuerte puede ser la lucha cuando la iniciativa está en las bases y en la calle. Un conflicto que logró sumar a todo tipo de personas –entre ellas, muchos adolescentes- que hasta ese entonces no habíamos tenido una participación tan activa, generando así una gran pluralidad y diversidad que enriquecieron al movimiento.
Y lo más importante, un conflicto que –al menos en lo personal- me deja mucho a nivel HUMANO, ya que permitió encontrar nuevos COMPAÑEROS y compartir entre docentes, estudiantes, padres, vecinos, y compañeros de otros sindicatos y organizaciones sociales; practicando la SOLIDARIDAD en las acciones cotidianas y también en los momentos más dramáticos.
Quedará para el futuro encontrar –y nadie tiene la receta mágica- las formas de conducir todas estas fuerzas de forma estratégica y coordinar los esfuerzos con otras fuerzas sociales, para conquistar las reivindicaciones concretas.
Rodrigo
NOTAS:
2- Me constan al menos una declaración de la CEEM cuestionando la actitud de los dirigentes ante la esencialidad, y otra del gremio del liceo Miranda que expresaba que estos nunca “se habían mostrado afines” a las medidas de los sindicatos y gremios y que habían contribuido en parte “a la criminalización de la protesta” con su postura frente al desalojo del Codicen.
3- El acta de negociación con el MTSS firmada el 31/08 plantea que los sindicatos ya habían resuelto levantar los paros (Visto VII). Al menos ADES Montevideo se mantenía en huelga por tiempo indefinido.
5- Algunos actores afirmaron públicamente que existían videos que mostraban la violencia física adentro del edificio. Estos videos nunca aparecieron, lo cual terminó de inclinar a la población hacia la versión oficial. Sin embargo, que la represión adentro del edificio haya sido “suave” (en comparación con lo que pasó en la calle), no quita que entrar a desalojar por la fuerza a estudiantes que creían que había una negociación en marcha sea violento en sí, y tampoco quita que haya existido un uso arbitrario y excesivo de la fuerza en las afueras del edificio.







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