miércoles, 8 de febrero de 2012

El Cóndor ya aleteaba en 1970



PUBLICADO EN CARAS&CARETAS EL VIERNES 3 DE FEBRERO DE 2012
La increíble historia del coronel Jefferson Cardim de Alencar Osorio, su osado hijo Jefinho y su cándido sobrino uruguayo




Un documento desclasificado en Brasil demuestra que un uruguayo y dos brasileños fueron secuestrados en Buenos Aires en diciembre de 1970 y repatriados sin trámites a sus países, en lo que constituiría el primer antecedente de los traslados ilegales del Plan Cóndor. En Brasil imperaba entonces la dictadura del general Emilio Garrastazú Médici, en Argentina el régimen militar impuesto por el general Juan Carlos Onganía continuaba bajo el mando del general Roberto Levingston y en Uruguay gobernaba el colorado Jorge Pacheco Areco.

ROGER RODRÍGUEZ
rogerrodriguez@adinet.com.uy

El uruguayo Eduardo Lopetegui Buadas y sus familiares brasileños, el coronel Jefferson Cardim de Alencar Osorio y su hijo Jefferson (Jefinho) Lopetegui de Alencar Osorio, fueron secuestrados con su automóvil de chapas brasileñas el 19 de diciembre de 1970, cuando arribaron a Buenos Aires en el Ferry Boat procedente de Montevideo. La detención estuvo a cargo de la Policía Federal que los llevó a la Dirección de Coordinación (años más tarde allí se instalaría el enclave policial del Plan Cóndor), donde ambos brasileños fueron torturados.
Lopetegui Buadas –que falleció en 2011– era hijo del coronel Guillermo Lopetegui, quien se desempeñaba entonces en el Esmaco, y sobrino del aviador Manuel Buadas, quien años más tarde sería comandante de la Fuerza Aérea Uruguaya. Su tía, Rosa Lopetegui, estaba casada con el coronel Jefferson, un militar nacionalista que apoyó a João Goulart ante el golpe de Estado y que en 1965 protagonizó una histórica guerrilla en Río Grande do Sur, donde fue detenido, juzgado y encarcelado hasta que protagonizó una cinematográfica fuga en 1968.
El coronel Jefferson y su hijo eran el objetivo de aquella operación coordinada por los servicios de inteligencia de Brasil, Argentina y Uruguay, cuyo cónsul en Buenos Aires tuvo intervención en el incidente y se hizo cargo de Eduardo Lopetegui para ser trasladado a Montevideo en un vuelo comercial. Los dos brasileños, tras cuatro días de interrogatorios bajo tortura, fueron llevados en un avión militar a Río de Janeiro y quedaron recluidos en la base aérea de El Galeão. El militar estuvo preso otros siete años.

ESPIONAJE EN MONTEVIDEO
La documentación –revelada por el periodista Darío Pignotti (Página 12, Argentina)– confirma otras denuncias de la prensa norteña sobre la existencia de una ilegal central de inteligencia de la dictadura brasileña en Montevideo. En julio de 2007, el cronista Cláudio Dantas Sequeira publicó en el diario Correio Brasiliense de Brasilia una serie de artículos que denunciaban la existencia del Centro de Informações do Exterior (Ciex), creado desde el Ministerio de Relaciones Exteriores con sede en Itamaraty para vigilar a los brasileños exiliados en Uruguay.
Los archivos publicados por Correio Brasiliense, que incluían datos de los interrogatorios realizados al coronel Jefferson y sobre contactos de tupamaros con el guerrillero Carlos Lamarca en 1969, indicaban que la sede del Ciex instalada en Montevideo se constituyó en base y cobertura de las operaciones del Plan Cóndor bajo el rótulo de Plan de Búsqueda Externa mediante el cual los agentes del Sistema Nacional de Informaciones (SNI) brasileño y los agregados militares hacían contacto con los servicios de las otras dictaduras en la región.
El secuestro y repatriación compulsiva de aquellas tres víctimas, en diciembre de 1970, se produjo en un contexto particular: aquel 31 de junio había sido secuestrado por el movimiento Tupamaros el cónsul de Brasil, Aloysio Dias Gomides, quien recién sería liberado en febrero siguiente, y el 11 de mayo anterior los presidentes Pacheco Areco y Garrastazú Médici se habían reunido en la ciudad fronterizo Chuy, donde acordaron que Brasil invadiera Uruguay si en las elecciones del año siguiente ganaba la izquierda.

EN LA MIRA DE LA CIA
En un capítulo del libro La CIA en Uruguay. El expediente Nardone, de Raúl Vallarino, se revela un documento que la agencia estadounidense envió a Washington el 8 de octubre de 1964. en él daba cuenta de planes de invasión a Brasil por parte de exiliados fieles al presidente João Goulart, derrocado por un golpe de Estado que había contado con el apoyo del presidente estadounidense Lyndon B. Johnson. El parte de la CIA señalaba, precisamente, al coronel Jefferson Cardim de Alencar Osorio como el líder de la invasión que ingresaría a Rio Grande do Sul por Santa Vitória do Palmar.
La CIA decía que los planes de invasión tenían el apoyo de Leonel Brizola y que el líder del movimiento era el general Ladario Pereira Telles, un ex comandante de la Armada. La información de la agencia estadounidense habría propiciado que las autoridades uruguayas, a pedido de la dictadura brasileña, procedieran a allanar el domicilio del coronel Jefferson en el Parque Rodó. El operativo fue dirigido por el comisario Alejandro Otero, quien habría encontrado finalmente algún material y planos de aquel plan de invasión que finalmente el coronel Jefferson comandaría en marzo de 1965.
Jefferson había nacido en Río de Janeiro hace cien años, el 17 de enero de 1912. Era hijo de Roberto de Alencar Osorio, oficial de marina, y de Corina Cardim, profesora y poetisa. Egresó en 1934 en el arma de artillería. Participó en grupos políticos nacionalistas y antifascistas, en favor de los ‘aliados’ y en contra del gobierno de Getúlio Vargas. Apoyó a João Goulart cuando se produjo el golpe de Estado, el 1° de abril de 1964. Opuesto al régimen, perdió sus derechos políticos y quedó en estado de reserva, exiliado en Uruguay, desde donde planificó y ejecutó una ‘invasión’ que supera el realismo mágico de la pluma de un Gabriel García Márquez.


“ERAN UNOS IDEALISTAS”
En su apartamento en un cuarto piso de un edificio que da sobre la rambla en Pocitos, doña Rosa Hortensia del Carmen Lopetegui Maggia de Alencar Osorio dice orgullosa que tiene 83 años (nadie se los daría). El pelo teñido de negro azabache hace que mantenga la firme mirada que lucía en su juventud, cuando siendo hija del mayor Lopetegui y con apenas 19 años se casó con aquel militar carioca en enero de 1948. Vive de la pensión que como viuda de militar cobró desde el propio golpe de Estado de 1964: la dictadura brasileña, explica, consideró muertos a los oficiales desertores y trató como desamparadas a sus esposas.
“Jefferson era como otros progresistas de Brasil, como Goulart o Brizola, de los que les gustaban el whisky y el champagne. Eran unos idealistas. A mi padre no le gustaban. Para mi familia todos ellos eran comunistas. Después del golpe en Brasil, cuando quedamos exiliados, mi hermano, que llegó a coronel y trabajaba en el servicio secreto del Ejército, un día me dijo: con Jefferson sólo vas a tener prisión o muerte… A mí en Uruguay nunca me dijeron o hicieron nada, porque yo los conocía a todos por mi padre o por mi hermano. Pero en Brasil aún hoy nos discriminan por ser la familia del coronel Jefferson”, dice y agrega que todavía no le pagaron la reparación económica que por la Ley de Amnistía brasileña se le concedió.
Sonia de Alencar Osorio Lopetegui (56), la hija menor, recuerda con una sonrisa las historias que le contaba su padre de aquella guerrilla. Conserva un texto que el propio Jefferson escribió como “parte de guerra” de su invasión a Brasil, en la que viajó en taxis hasta Rivera para, el 19 de marzo de 1965 iniciar la incursión armada. El inédito relato (ver recuadro) detalla la histórica acción en la localidad de Tres Passos y explica la derrota del grupo guerrillero sólo un día más tarde en un combate en el que se le adjudicó la muerte del sargento Carlos Camargo, quien habría caído bajo balas de su ejército, según argumenta Jefferson, quien por ese delito de sangre fue cruelmente torturado hasta que logró fugarse espectacularmente en 1968.

LA FUGA DE CURITIBA 
Jefferson Lopetegui de Alencar Osorio (59) se sorprende al atender el teléfono en su casa de Río de Janeiro. Nunca imaginó que desde Uruguay lo llamaran en el centenario de su padre, a quien la historia reciente brasileña aún no termina de reconocer. Jefinho no oculta sus saudades por aquellos años adolescentes en los que vivió con el coronel Jefferson la aventura de resistir el golpe de Estado, iniciar una guerrilla, fugar de una prisión y terminar deportado sin trámites, en el primer antecedente del Plan Cóndor, en una Argentina presidida por Levingston pero ya gobernada por un futuro dictador, el general Alejandro Lanusse.
“Papá escapó de su cárcel en 1968. Hizo amistad con un cabo del cuartel en el que estaba preso. Se llamaba Víctor Papandreus, hijo de una griega y un ruso. Tenía ideales socialistas e idolatraba a mi padre. Convenció a tres soldados que guardaban arresto de treinta días en el cuartel de que le facilitaran la fuga. Mi padre llamó a mi madre a Río de Janeiro y le pidió que yo viajara a Curitiba en forma urgente. Fui a visitarlo y me pidió que hiciera contacto con el mayor Joaquim Pires Cerveira, que era jefe del brazo guerrillero de Marighella en Paraná. Le conté sobre el cabo que podía ayudar a papá y que quería escaparse con él. Marcaron fecha y hora para interrogarlo hasta estar seguros e hicieron un plan de fuga”, narra Jefinho.
“Todo eso pasó a comienzos de 1968. Una medianoche lograron salir a un bosque lateral de la entrada principal del Quinto Regimiento de Obuses, donde lo esperábamos con un Sinca Chambord V8. Estábamos Pires, su auxiliar, un chofer y yo. Papá y Víctor entraron al auto y partimos hacia la carretera principal. Al pasar un puente, otros simularon un accidente entre dos camiones para retardar cualquier persecución de los militares. En la carretera se bajó el mayor y nosotros seguimos hacia Río de Janeiro a más de 120 quilómetros por hora. Llegamos siete horas después sin que nadie supiera de la fuga. Yo seguí para mi casa… Fue la mayor emoción de mi vida. Sólo tenía dieciséis años”, relata.

UN ‘ALETEO’ DEL CÓNDOR
El coronel Jefferson logró refugiarse en la embajada de México y finalmente pudo viajar a Argelia. Desde allí viajó en campañas internacionales contra la dictadura brasileña. “En Cuba, papá había conocido a Salvador Allende. Quedaron amigos y Allende le dijo: ‘Si gano las elecciones, quiero que te vayas a Chile, pues me gustaría que trabajases conmigo’. Sería un consultor para negociar armas para las fuerzas armadas, junto a Cuba y la Unión Soviética”, explica Jefinho.
“Viajamos desde Montevideo con un primo uruguayo, Eduardo Lopetegui Buadas. Nos fuimos en auto, en el Ferry Boat, vía Buenos Aires, pero en el puerto nos esperaba la Policía Federal Argentina. Nos llevaron al edificio central de la Federal y en el subsuelo nos tuvieron cuatro días bajo torturas. A Eduardo lo enviaron a Uruguay a las veinticuatro horas. A nosotros nos daban treinta minutos de descanso cada cuatro horas para seguir torturándonos”, denuncia.
“Al cuarto día nos entregaron a las autoridades brasileñas en el aeropuerto. Nos llevaron en un avión militar donde, por suerte, volvían diplomáticos a Brasil. Era el avión que servía al ministro de Trabajo, doctor Júlio Barata, quien era el suegro de mi primo hermano, hijo del hermano mayor de papá. Quizá por eso nos salvamos de ser arrojados al océano. Cuando se enteró le informó a mi abuela y así se supo que papá y yo, que habíamos desaparecido en Argentina, nos encontrábamos detenidos en la base aérea de El Galeão, en Río de Janeiro”.
“Papá estuvo otros siete años preso, para terminar la condena de diez años que los militares le impusieron. A mí me soltaron a fines de febrero de 1971, tras 62 días de cárcel… ¿Qué siento hoy, a cien años de su nacimiento y cuando este 29 de enero se cumplieron diecisiete años de su muerte?”, repite la pregunta Jefinho, quien hace una pausa antes de contestar emocionado: “Mi mamá sabe que la persona que más amé en mi vida fue mi papá… Y te digo que yo, por traerlo de vuelta a la vida, volvería a pasar por todo lo que pasé junto a él, otra vez”.


INVASIÓN EN FORD DEL 39

“Eran aproximadamente las 20 horas, comenzaba a caer la noche, cuando dejamos el galpón del cuartel general con 15 guerrilleros, marchando en columna india, teniendo al frente como guía al viejo revolucionario Euzebio Dornales. Atravesamos densos arbustos y terreno accidentado, paralelo a la ruta, algunas veces corriendo cerca de los fondos de las casas –esta caminata llevó cerca de una hora, hasta que llegamos a lo del compadre de Euzebio, jefe político del PTB de un poblado de Campo Novo, la única persona que poseía un camión para transportar a nuestro personal hasta Tres Passos. Era un Ford del año 39, muy usado además de ser viejo, sólo tenía un farol y el otro estaba quebrado, la batería descargada no alcanzaba a encender el arranque del motor, por lo que fue preciso empujarlo hasta la ruta principal para hacerlo andar. Ahí embarcamos al personal, el chofer era el compañero Fraga que había venido con Ayres desde São Sapé y a su lado, Alberi y yo para dar las órdenes. Pasadas las 22 horas iniciamos la marcha sobre la ruta que nos conducía a Tres Passos, apenas rodamos un quilómetro y paramos frente a la escuela rural del profesor Valdetaro Dornelles, hijo de Euzebio, y embarcamos otros ocho hombres, algunos voluntarios para la guerrilla, completando 23 guerrilleros, el mínimo previsto en nuestro Planeamiento. Retomamos la marcha aproximadamente a las 23 horas, paramos a un quilómetro de la ciudad y di orden para cortar los cables telefónicos y telegráficos. Colocábamos el camión sobre el poste y un hombre con alicate de mano subía sobre los hombros de otro que se encontraba de pie sobre la carrocería. En un momento se encendieron los focos de otro camión que veía el único foco del nuestro. Di la orden de descender rápidamente y Fraga abrió el capó del motor y el conductor del camión contrario preguntó si no precisábamos de auxilio, a lo que obviamente respondimos que no. Apenas la calle quedó libre, estacionamos nuevamente en otro poste e hicimos la operación con rapidez, por lo que a la medianoche retomamos la marcha y entramos en la ciudad de Tres Passos a las cero horas y quince minutos del día 26 de marzo de 1965. Yo decidí uniformarme de quepí, gabardina y botas, empuñando mi pistola Colt 45, el Alberti de traje civil con su mosquetón máuser 7 mm en bandolera y empuñando un revólver Smith & Wesson calibre 38, y el sargento Firmo con otro revólver S&W 38. El camión paró frente a la puerta de la sede del Destacamento Policial de la Brigada Militar, que estaba con las dependencias iluminadas. Bajé el pestillo de la puerta que se encontraba abierta y daba acceso a la oficina del jefe y como no encontré a nadie invadimos el cuarto de la plaza de guardia con Alberi y di la orden a Alexander Ayres de que descendiese el personal e invadiese el depósito de armas y retirase todo lo que pudiera meterse en el camión. Eran siete los soldados que se encontraban en la cama durmiendo y Alberi apuntó con su mosquetón a uno de ellos y Firmo con el revólver a los demás, al grito de ‘Levántense por orden del coronel’, y cuando me vieron se pusieron de inmediato en posición de firmes. Luego entró Ayres con todo el personal dejando el viejo camión al compañero chofer Fraga, que intentaba poner en funcionamiento el motor, el que sólo dio para llegar hasta el acuartelamiento del destacamento y no funcionó más…” (Del ‘parte de guerra’ titulado ‘Arrancada para Tres Passos’, escrito en prisión por Jefferson Cardim de Alencar Osorio)

Página/12 Domingo, 26 de junio de 2011
LOS ARCHIVOS DE LA DICTADURA QUE LOS MILITARES BRASILEÑOS QUIEREN OCULTAR

Espían a Perón, arreglan con Videla

Por Darío Pignotti
Desde Brasilia

“El ex presidente Juan Perón estuvo en la mira de los servicios de Inteligencia brasileños, eso es casi un hecho, participé en reuniones con él, se presentía que nos vigilaban, si se abren los archivos de la dictadura, como quiere la presidenta Dilma, habría más pruebas de eso.”
Lo afirma João Vicente Goulart, hijo del ex mandatario Joao Melchior Goulart, Jango, amigo del general argentino por más de dos décadas.
Transcurridos 47 años del derrocamiento de Jango y 38 de sus últimos encuentros con Perón, probablemente espiados por agentes brasileños, “es hora de terminar con este largo silencio, todavía vivimos de espaldas a la historia de los ‘70, debido a las presiones de grupos ligados al terrorismo de Estado”, lamenta João Vicente.
Dilma Rousseff parece compartir esa preocupación y la semana pasada instruyó a sus ministros, en particular a la titular de Derechos Humanos, Maria do Rosario Nunes, para que persuadan al Congreso de aprobar de inmediato el proyecto sobre la Comisión de la Verdad, contra la que se insubordinaron los jefes de las fuerzas armadas en diciembre de 2009.
“Un día estando en un hotel de Madrid con papá, atiendo el teléfono y alguien me dice: ‘Quiero hablar con Janguito, dígale que soy el general Juan Perón’. Yo no podía creerlo, pero era verdad, Perón estaba del otro lado de la línea para convidar a Jango a charlar en la residencia de Puerta de Hierro, creo que era a principio del ’73”, cuenta Goulart a Página/12.
“En una ocasión se habló de la posibilidad de hacer un acuerdo, mi padre (estanciero) vendería carnes en el marco de un plan trienal que iba a implementar el gobierno peronista, pero eso fracasó por influencias del brujo”, menciona Goulart, aludiendo al mote con que era conocido José López Rega. “Hubo más reuniones con Perón, otra se hizo en Buenos Aires, recuerdo que algunas personas nos decían que los servicios estaban rondando por allí.”
Documentos del régimen brasileño obtenidos por este diario corroboran las sospechas de Goulart. “La conversación (Perón-Goulart) giró en torno de la situación brasileña y sobre las ideas de Juan Perón para la creación de un amplio movimiento latinoamericano de liberación cuyo epicentro se localizaría en Argentina”, dice un despacho de marzo de 1973, rotulado como “secreto” y en cuyo margen izquierdo se lee la sigla CIEX, Centro de Informaciones del Exterior, organismo dependiente de la Cancillería brasileña.
“Era lógico que la dictadura quisiera seguirle los pasos a Perón, él le propuso a mi padre radicarse en Argentina, desde donde iba a tener una plataforma para organizar su regreso a Brasil y forzar la apertura democrática, que los militares querían atrasar”, sostiene Goulart.
No todos los miembros del Servicio Exterior integraban el CIEX, donde sólo se admitía a quienes hacían del anticomunismo una profesión de fe. Su creador fue el diplomático Pio Correa, uno de los primeros embajadores que representaron a la dictadura en Buenos Aires, y a quien algunos investigadores sindican como doble agente, por sus vínculos con la CIA.
Además de buscar exiliados brasileños, algunos de los cuales luego serían secuestrados en Argentina y asesinados en Brasil, el CIEX también habría seguido los pasos de líderes extranjeros antipáticos al proyecto de poder regional de la Revolución Brasileña, implantada el 31 de marzo de 1964.
Perón era tipificado como un “cómplice” de Goulart y del “comunismo-brizolista (Leonel Brizola, dirigente nacionalista y cuñado de Goulart)” según palabras del general y superministro de la dictadura Golbery do Couto e Silva, otro que cargaba con el mote de “brujo”.
Dicen que a Golbery, considerado el intelectual de más brillo del régimen que imperó entre 1964 y 1985, se le erizaba la piel de sólo oír el nombre del fundado del movimiento justicialista.
Algo parecido ocurría con el dictador Ernesto Geisel, quien se refería al argentino como la “Momia” y lo excluyó de su ceremonia de asunción, a comienzos de 1974, donde sí estuvieron el chileno Augusto Pinochet, el boliviano Hugo Banzer y el uruguayo Juan María Bordaberry.
Geisel inició un período de cambios en la política externa conocido como del “pragmatismo responsable”, caracterizado por la apertura de relaciones con países del Tercer Mundo y menor alineamiento con Estados Unidos.
Ese giro no implicaba el fin de la estrategia de contención al comunismo y otra de las marcas de su política externa fue la intensa, a veces contradictoria, relación con el secretario de Estado Henry Kissinger.
Ningún canciller tuvo más sintonía con Kissinger que Francisco Azeredo da Silveira, quien se desempeñó en el cargo durante el quinquenio de Geisel.
Antes de ello Azeredo comandó la embajada en Argentina, “donde fue un pionero del terrorismo de Estado regionalizado porque en 1970 fue el responsable del secuestro en Buenos Aires y traslado ilegal a Brasil del coronel
Jefferson Cardin, un militar nacionalista y brizolista, que fue mi compañero en la cárcel de Río”, dice Jarbas Silva Marques, prisonero político entre 1967 y 1977.
“Jefferson Cardin me dijo en la cárcel de Río que Azeredo da Silveira siendo canciller sabía todo sobre Argentina, seguro que él sabía de ese posible espionaje sobre Perón y mandaba a la Embajada a colaborar con los golpistas.”
“Esta es una historia pesada, estamos hablando del jefe de la diplomacia entre 1974 y 1979. De una política de Estado. Hasta hoy hay gente queriendo esconder esa historia debajo de la alfombra, hay mucha presión, vemos al presidente del Senado José Sarney haciendo lobby a favor de los militares para impedir que Dilma abra los archivos”, aseguró a Página/12 Silva Marques.
Es imposible hacer una reconstrucción acabada de todos los movimientos de la diplomacia brasileña y sus pactos con los sediciosos argentinos, debido a la falta de documentación suficiente.
De la lectura de centenas de papeles en poder de este diario surge que eran frecuentes los contactos, y la afinidad, con quienes perpetrarían el golpe de 1976 y aprobaban la guerra sucia ya lanzada por entonces contra la “subversión”.
El telegrama “secreto” enviado por la Embajada brasileña el 3 de setiembre de 1975 da cuenta de una “larga conversación” con los “comandantes Jorge Videla y Eduardo Massera”, quienes expresaron su interés en “estimular por todos los medios el acercamiento de las Fuerzas Armadas” de ambos países.
En otro mensaje “confidencial”, del 19 de febrero de 1975, se habla sin eufemismos sobre la coordinación represiva.
La nota relata un encuentro oficial de diplomáticos brasileños con el ministro de Defensa argentino Adolfo Savino, cuando se trató con “total franqueza sobre la necesidad de un profundo entendimiento de nuestros países frente a los enemigos comunes de la subversión”.
Durante su diálogo con Página/12, João Goulart hijo y Jarbas Silva Marques lamentan el “atraso” histórico de Brasil frente a la Argentina, Chile y Uruguay, donde “hubo un arreglo de cuentas con la historia y la verdad”, pero estiman que esa situación podrá revertirse.
Ellos, así como varios organismos de derechos humanos, confían en el compromiso con la verdad asumido por Rousseff, víctima de prisión y torturas durante el régimen, así como de la presión internacional, y citan el ejemplo del fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que condenó al Estado brasileño por desentenderse de los delitos de la dictadura.



 
Facsímiles de un cable del encuentro Perón-Goulart y otro sobre la coordinación de las dictaduras.

2 comentarios:

  1. MENTIRA FLAGRANTE ESE SR. NUNCA FUE SOBRINO DEL SR. MANUEL BUADAS. REIVINDIQUESE O LO LLEVARE A JUICIO, PARA QUE REIVINDIQUE SUS APRECIACIONES.

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  2. DESDE EL AÑO 1961 ,DONDE SE REALIZO EL BORRADOR EN EL PENTAGONO , DE LA PRIMERA REUNION DE LAS FF.AA LATINOAMERICANAS, ALLI YA SE COMENZO A DELINEAR EL ESQUEMA DE LA SEGURIDAD NACIONAL, O SEA: LOS EJERCITOS NACIONALES CON EL PAPEL DE FUERZA DE OCUPACION COMO PRUEVA PILOTO ANTES DE INSTALARLO EN TODA AMERICA LATINA SE REALIZO EN BRASIL, EN LOS AÑOS 70 LOS SERVICIOS DE INTELIGENCIA DE LAS FF.AA BRASILERAS ,YA FORMAVAN AGENTES DE INTELIGENCIA , EN EL LEXICO Y U FORMA DE VESTIRSE DE CADA GRUPO DE IZQUIERDA PARA INFILTRARLOS Y FICHAR MILITANTES, TENIAN UN DEPARTAMENTO POR CADA GRUPO POLITICO , CUYOS INTEGRANTES , SE MIMETIZAVAN MUCHISIMO CON EL GRUPO AL CUAL LE HACIAN INTELIGENCIA Y PASAVAN COMO MILITANTES MUY DIFICIL DE DETECTAR YA QUE LO HACIAN CON MUCHA INFORMACION DE DICHO GRUPO. Y LOS MILICOS BRASILEROS FUERON MUY HABILES POLITICAMENTE .PARA SALIR POR LA PUERTA DE ATRAS Y NUNCA SER INVESTIGADOS O DESCLASIFICAR LA INTELIGENCIA QUE LE HICIERON A PAISES VECINOS COMO URUGUAY.

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