lunes, 8 de agosto de 2011

La buseca de Ibiray

Grupo Solidario IBIRAY.
Ayer 6 de agosto se llevo a cabo la tan esperada buseca del Grupo Ibiray en el predio de Cambadu. Un día hermoso y cálido templó los corazones de todos los luchadores de décadas pasadas y recientes. Esta actividad llevada adelante desde hace unos cuantos años, por un grupo de compañeros Dedicados a la atención de los que sufrieron cárcel y exilio por su militancia política. Y que hoy se encuentran en situación de soledad, enfermedad y rehabilitación. Ibiray tiene como compromiso: La solidaridad.
-Estamos y seguiremos estando atentos para que ningún compañero quede, solo o enfermo, a la vera del camino. Juntos un día emprendimos una justa causa, y juntos debemos continuar nuestra senda en la vida”-. 
700 almas llegaron al encuentro. La ayuda invalorable de los compañeros radicados en el exterior y que no olvidaron el compromiso forjado en aquellos años, hacen posible que permanezca. Por Verdad Y Justicia. 



 
Una producción de  MARTHA PASSEGGI
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Busequeando

”El Lalo los junta a todos”, me comentó el Inge Manera al pasar y fué así, vinimos de todas partes, salimos de todas las cuevas, para darnos el abrazo lleno de recuerdos rodeando a Ibiray. Nos convocó el reconocimiento a los compañeros que sacan adelante Ibiray, a su fraternal preocupación por los que están en las peores y su dedicación a ls tarea del “salvataje”. “¿Para qué se juntan tantos viejos?” le preguntó Juan a Veronika. Pues para un “trille” de patio de recreo, para reconocer algunos rostros que se habían perdidos en las lejanías del tiempo y la distancia, para repetir viejos relatos recontrasabidas, para recordar a propios y ajenos, para recrear las viejas bromas, las livianas, las medio pesadas y algunas pesadas del todo. Para no vernos solamente en los velorios y salas de tratamientos intensivos. Medio siglo después de aquél ’69 del abajo que se mueve, de esa historia de lucha que, a la vista está, nos unió para siempre, el reencuentro también tiene un gustito a reivindicación del pasado colectivo, a reapropiación de lo que vivimos con tanta intensidad, tan íntimamente unidos por el afecto al compañer@. Después de todo, esa épica dió sentido a nuestra vida y, más allá de que cuarenta años después navegamos hacia puertos muy diferentes, aquella historia valió la pena y nos resistimos a renegar de ella. Bueno para la salud mental, bueno para mantener el ánimo, bueno para el esfuerzo de sobrevivir hasta los cien. Seguramente, por saber que es bueno para nosotr@s, tantos hij@s deciden soportar el aburrimiento y nos acompañan para divertirse viendo la catarsis de los “adultos mayores”. Esta vez, la buseca estaba buenísima.
Felicitaciones Ibiray.
Hasta el año que viene.
Abrazos a tod@s Tambero


Una tarde primaveral, mismo… 
  El viernes abandoné, por un rato al menos, el hábito de comprar ropa usada. Me dije: “No seas roña, loco, empilchate con algo nuevo mismo, gastate unos mangos más y comprate una camisa bien planchadita y un lompa que no te haga pensar que de pronto lo vistió un finado…”. (Me sirvió, de paso, para darme cuenta de la gilada de haber estado pagando usado a precio de estreno en un supermercadismo absurdo sin “puntos de referencia”, en medio de una crisis terminal que nos quieren pintar únicamente como pasajero desastre financiero de la omnipotente capital del imperialismo).
Estaba en vísperas de un par de “eventos” sociales que bien merecían volver a prestarle atención a la “estética” personal, mirarte al espejo, detenerte en esa parte de la quijada que en general queda huérfana de rasurada, recortarte los tarugos que asoman en las orejas y en la nariz, liquidar esa pelusa blanquecina que trepa por el cuello y te suma años a los que ya no quisieras tener por más que “nadie te quita lo bailado”…
Estaba a unas horas nomás de un encuentro que únicamente podrán olvidar los que no estuvieron presentes degustando una buseca estupenda, que reclamó, sin éxito, reedición nocturna, en una rarísima jornada de primavera de invierno.
Una linda tarde de ojos con mucha presbicia y mucha memoria buscando otros ojos igualmente ansiosos del abrazo templado sin importar demasiado cómo ven unos y otros este video de la historia que llamamos “realidad” y cómo juzgan este presente de euforias celestes, alargues sin fin y sin penales, en un campo de juego bien desparejo, de rebotes impredecibles, arbitrajes frívolos y mucha hinchada que parece conformarse con ser solamente espectadora sin ganar las calles más que con los resultados a la vista.
Estaba a unas horas, también, del octavo cumpleaños de mi nieta, María Paz, hija de mi hija Paula Victoria, que nació el día antes de la caída en cana en aquel invierno-invierno de aquel año sin busecas solidarias y con mucha comida-mierda cuartelera servida en cacharros multiuso tristes y malolientes.
Así que después del ansiado y apoteósico mondongazo, la mano vendría de entrevere familiar y de alquile de nieta con secuaces pígmeos ejecutando libremente representaciones teatrales de la “vida cotidiana”, de tremendo conocimiento de las rengueras adultas, en un lenguaje suelto y fresco que sin dejar de ser infantil, a mis abuelos les hubiese obligado a un buen rezongo con promesa de “moquete” en caso de reincidencia “desvergonzada”.
El mediodía del 6 de agosto se hizo muy rápido tarde tibia tirando a calurosa en ese atrapante parque pradense que al entrar nomás te ofrece la tentación de pellizcar una furtiva pero soberana siestita a la sombra de alguno de esos gigantes verdes que quieren recordarte que seguís siendo parte activa de la naturaleza, a pesar del volátil y repugnante monóxido de carbono y del ruidaje medio loco que llegan de un paisaje urbano desfigurado por el sueño sublimado de la goma propia y por las “urgencias” de una vida que llamarle moderna sería una reverenda estupidez.
Allá en el fondo, al final del camino de acceso, te despierta de la soñada siesta campestre, una impresionante muchedumbre humana en un parloteo nervioso y telegráfico que quiere encontrar así nomás, de un saque, mil respuestas a mil preguntas acerca de nuestras distantes y bifurcadas vidas que una vez –una larguísima vez- fueron nuestra vida. Superado el cierto atavismo que te inhibe frente a tanta multitud atenta a la aparición del recién llegado, empezás a tratar de reconocer a los que quieren reconocerte.
Enseguida te sentís como un gurí rompiendo el papel de su regalo-sorpresa de cumpleaños, aunque con cierto recelo también. Buscamos primero que a nadie, la verdad, a aquellos y aquellas con los que aún seguimos viéndonos o comunicándonos con cierta frecuencia en alguna movida y compartimos miradas parecidas sobre lo que nos tocó y nos toca vivir. Buscamos a quienes no nos hagan sentir sapo de otro pozo; nos mueve algo así como un instinto tribal, un impulso vital que te arrima al especímen que sentís más próximo a vos afectivamente, por lo menos. Más allá de que no hemos ido con espíritu “congresista” procurando robustecer “corrientes de pensamiento” ni falsas ilusiones de reconstrucción de castillos derrumbados; más allá de que todos sabemos que este busecazo impresionante de algún modo refleja, primordialmente, nuestro desacomodo espiritual frente al brutal tendal de muertes prematuras de los últimos tiempos… Más allá de que hay algo de gesto colectivo de dolor mezclado con reclamo del alma de no desaprovechar una oportunidad que podría ser la del estribo para unos cuantos; más allá de la voluntad elementalmente fraterna por encima de detalles ideológicos o cosa parecida, los primeros ojos que buscamos no son precisamente los ojos de quienes no sólo estamos distanciados geográfica y temporalmente. (Pasa hasta en los velorios; ¿no va a pasar en esta tarde que ojalá sirva también para que queden tendidos pequeños puentecitos entre quienes no somos capaces de hacernos los nabos y torcer la mirada de la que te buscó o del que te buscó para saludarte aún apenitas conociéndote o reconociéndote?).
Se precisa unos minutos, nomás, para sentir que la cuestión no es ir a hacer el “contacto” del 6 de agosto entre feligreses de la misma congregación haciendo la vista gorda a los demás. Un par de abrazos que de pronto no estaban en el libreto, un sencillo apretón de manos, unas palabras dichas sin forzar un carajo, bastan para ubicarte adecuadamente y no mandarte la cagada de (volver a) hacer rancho aparte poniendo cara de gilacho cuando vez venir al que todavía no sabés si a su vez no se hará el gilacho cuando te vea.
De ahí para adelante, la cosa se transforma en una verdadera alegría, un gusto que querés y podés darte para que tu definitiva “definición ideológica” no sea sencillamente la de energúmeno sin remedio… Antes de que estuviese servida la primera simpática cazuelita estilo “Hansel y Gretel”, el enorme barracón del busecazo ya era lo que quiso ser: el escenario material donde dar rienda suelta a la satisfacción de una nada caprichosa demanda del espíritu de quienes sabemos que así como el hambre por si sola o la represión, “no generan conciencia”, tampoco las rejas o el exilio por sí solos, generan hermandades de por vida o afectos tan sólidos como los que se desarrollan en la práctica social común, solidaria y sistemática que consolida compromisos y reafirma confianzas elementales.
Probablemente muy tarde, pero no al pedo –no para los más jóvenes, sobre todo-, el grueso de esta muchedumbre altamente contradictoria del 6 de agosto que somos “los sobrevivientes”, ha venido olfateando que los sentimientos revolucionarios también forman parte de la educación ideológica.
Que los sentimientos hacen a la ética revolucionaria y que aunque sea en la aparente postrimería cronológica de nuestras vidas, intentar el regadío consciente y pertinaz de lo afectivo, nunca estará demás y no sólo es practicable una vez al año, mondongueando. Es, además, la manera de honrar la memoria de los que van cayendo sin haberse negado a sí mismos ni haber renegado de sus principios. Ya secuestrado en el cumpleaños de mi nieta, la familia y los amigos preguntaron por supuesto por “el congreso del parque Cambadu”. Una pregunta de entrada puso énfasis sin quererlo en la apariencia incongruente del “busezazo” a la luz del polarizado panorama que puede registrar hasta el vecino más distraído políticamente: “¿Y no hubo lío?”… Después vinieron las preguntas sobre quiénes no estaban de “los más famosos”, y sobre quiénes de entre presentes y ausentes, fueron más “cartón ligador” en los “corrillos” vespertinos del parque. No faltó quien inquiriera sin mucha diplomacia, si alguien me había negado el saludo o se había hecho el distraído, o si yo se lo había negado a alguien…
No fue nada fácil tratar de transmitir lo hermoso de una vivencia como la del sábado trascendiendo menudencias absurdas que no son nada, absolutamente nada, al lado del aire que se respiró por doquier entre casi 800 personas que a pesar de que ya no podrán bancarse interminables oratorias en interminables e imposibles congresos y pre-congresos, fueron levantando la sobremesa sin mucha despedida, onda “hasta luego”, sin nada que nos haga sentir que habíamos compartido “la última cena”, tratando de que lo vivido deje en cada cual la certeza íntima de que, sea como sea, y lo encaremos como lo encaremos, nada ha cambiado tanto como para que nuestros destinos individuales dejen de ser el destino común, ese gran destino colectivo, problemático y complejo, del que únicamente la traición lisa y llana podría hacerte sentir tan ajeno y tan distante como para creer –o empezar a creer- en lo que tu propio pueblo ya no cree aunque no sepa cómo decírtelo ni cómo encauzar su descreimiento, por ahora.
Un muchacho de unos treinta años, re-metido en la nada fácil tarea de co-impulsar un pequeño sindicato de la industria privada, ya yéndose del cumpleaños, sin una pizca de ironía, sin nada parecido a un reproche injusto, me dijo: -- ¿Te das cuenta?... Casi 800 en la buseca, la misma cantidad de estudiantes chilenos detenidos por los carabineros de Piñera.
Debo decirlo: mi postre de diabético con azúcares estrictamente prohibidos, el sábado, fue quedar enganchado con algunos compañeros con los que nunca anduvimos en nada “orgánico” ni “inorgánico”, y entre los que es “un misterio” cómo vemos al detalle el videíto de la realidad. Eso sí: ni ellos, ni yo, deseamos que vivos y muertos, aunque más no sea por hacernos los gilachos, quedemos encasillados en facilongas categorizaciones que no nacen únicamente, por desgracia, de los dedos febriles de algún escribidor de mierda antitupa y contrarevolucionaria.
Cuando cruzaba la calle hacia la parada del bondi, me encontré con “La Fiera” fumándose tranquilamente y sin censura, un cigarrito antes de irse a cuidar a su madre de 85 pirulos, internada, muy achacada, muy viejita. Es uno de los que reencontré sin uniforme gris después de 20 años, en la primera velada con el impecable “Octeto” barraquero que pronto tendremos en la Zitarrosa con bombos y platillos.
Nos congratulamos por haber compartido el genial busecazo, chusmeamos lo necesario y nos dijimos: -- ¡Ojalá unos cuantos hayan quedado enganchados, así, horizontalmente, libremente, humanamente! ¡Ojalá!!!.


Gabriel –Saracho- Carbajales (con el merecido agradecimiento a la gente de “Ibiray” y “El octeto”, verdaderos “cuadros” del busezazo necesario). Montevideo, 7 de agosto de 2011



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