jueves, 30 de septiembre de 2010

El Viejo Patrocinio

De: Ricardo Infante Caminal
Enviado por Antonio Viana Acosta
El pasado es un manjar
Con el que nos hemos hartado
El futuro es un campo de arroz
Aún sin cosechar
El hombre sabio
Vive el PRESENTE

¡Que cosa extraña la vida! Cuando en la escuela nos enseñan qué es un Héroe, nos muestran un Lavalleja: “carabina a la espalda y sable en mano”, ¡y andá a saber si lo dijo! Y para homenajearlos les erigen estatuas, ¡por supuesto con el sable en alto!, que como es de bronce no refleja que era de oro y nácar. La espada de Lavalleja y la de Rivera están en el museo de la plaza Independencia. Con Artígas no había ninguna necesidad. No conozco ningún relato que comente algo así como: “síganme mis valientes que la Patria cuenta con nosotros” o cualquier otra cosa que refleje “carácter guerrero” como suele decirse. Más bien es lo opuesto. Un paisano manso La empuñadura de su espada era de madera común, sin ningún adorno. Está expuesta en el cuartel del Cerrito. Los hermanos Robertson se asombraron de la informalidad de sus soldados que lo llamaban “Pepe”. También se comentaba que era muy alegre y que ¡tocaba el acordeón! Le gustaba la farra y empinaba el codo como cualquiera.
No faltará quien diga: ¿Cómo puede ser que hable así de un Héroe?
Lo que pasa que José Artígas no era un Héroe, era un HOMBRE. Con todo lo que ello implica. No estaba por encima de su gente, estaba a la altura de su gente.
Cuando le erigieron la estatua de la plaza Independencia, lo montaron sobre un caballo “que no existe”, y ni siquiera tuvieron la precaución de revisar la maqueta: ¡lo sentaron sobre la cincha, sin cojinillos! (*ver foto) Los cojinillos se los pusieron al caballo debajo de la carona. ¡Cosa •e gringo!
Por eso, haciendo estas salvedades, les voy a relatar quien era Patrocinio Páez Peña.

El viejo Patrocinio, era un HOMBRE y era un COMPAÑERO.
El periodismo era su oficio. Había ganado un premio en un concurso literario.
Por esa época, tendría unos sesenta y pico. A los milicos de Ingenieros I de Maldonado se les había ido la mano con la picana y el tacho. En la máquina tuvo dos o tres infartos. Esto no impidió que más adelante lo llevaran desde el penal hasta el cuartel para interrogarlo por alguna punta que “saltaba”. Pero… ¡no lo van a creer!: el médico del penal, asimilado a oficial, lo acompañó en la camioneta. Las dos veces. Su salud era muy delicada. Tenía reposo autorizado y estaba muy medicado. ¡Claro, algún ocasional lector dirá: “pobre viejito”! ¡Qué lejos están de la realidad! ¡El disfrutaba cada día como si estuviera en Punta del Este! Su método era muy sencillo: ¡el humor! Además lo desparramaba a manos llenas. No conocía el “bajoneo”.
Compartía la celda con el “chancho” Zorozábal.
El “chancho” lo adoraba. Pero… en su forma de relacionarse ¡parecía que se odiaban! El que llevaba la “voz cantante” era Patrocinio: el chancho “sufría”. Por su situación delicada, permanecía casi todo el tiempo en cama. El “chancho” lo hacía todo: limpiaba, le tendía la cama, le alcanzaba la comida, le lavaba la ropa. Hasta lo ayudaba a bañarse. Bastaba abrir por alguna causa la ventanilla, para presenciar un “Show”. En una ocasión, recuerdo a Patrocinio diciéndole “a ver si te apurás un poco lavando esa ropa. ¡Y lavala bien, que el otro día me le dejaste una palometa a un calzoncillo!” El chancho se “hacía” el mártir y comentó: “¡Si serás viejo de mierda, todavía que te lavo la ropa!”


No se hizo esperar la respuesta: “¡Dale, que vos sabés bien quien es el macho de esta
celda!”. Todo acompañado de una guiñada al espectador, que en este caso era yo. No sé de donde sacaba los cuentos, pero siempre tenía uno. En la mayoría el protagonista era
él mismo. El “chancho” escuchaba paciente, sin interrumpirlo, pero le decía al final: “si serás viejo mentiroso”
Ese año “pintó campeonato”, como dicen los gurises ahora. El premio era un chancho de la porqueriza. En el “quinto A” teníamos un cuadro bárbaro. El “chancho” era una de las principales figuras. Fue jugador de la selección del Chuy.
Las condiciones impuestas por la dirección para presenciar el partido eran las siguientes: los “hinchas” nos teníamos que sentar en los laterales. No se podía hablar con “los del otro cuadro”. Los jugadores tampoco. Nuestro “cuadro” al final salió ganando y se comió el prometido chancho.
El día antes estábamos muy nerviosos porque al otro día jugábamos con el segundo piso (no recuerdo si A o B). El cuadro de ellos también era muy bueno. El viejo Patrocinio no perdía la oportunidad de gritarle por la ventana a algún conocido: “les vamo• a arrancar la cabeza”. Cosa muy festejada por los “amenazados”. A veces le contestaban.
La noche antes del partido le dio un infarto. Toda la noche en vueltas. El “chancho” al pié del cañon. Toda la noche a su lado. Por suerte todo salió bien. El médico venía cada media hora a la celda para vigilar su estado. Cuando se estabilizó le dijo:
-Bueno de esta salimos. Ahora haga reposo absoluto y mucha tranquilidad.
-¿Reposo? ¡Mañana juega mi cuadro y usted me dice que haga reposo!
- ¡No puede ir a un partido! ¡Le puede dar otro infarto!
-Me tomo las pastillitas esas que me da usted y ya está. Lo que pasa es que si no voy, el “chancho” puede hacer cualquier cagada.
-Yo no me hago responsable, le dijo el médico.
Llegó la esperada tarde del partido. El segundo a un lado, nosotros al otro. A lo lejos vimos venir el paso cansino de Patrocinio que era acompañado por un milico. Lo habían bajado en ascensor. Todos estábamos sentados en el piso como se había indicado.
Patrocinio no se quiso sentar. Lo dejaron. Del otro lado de la cerca había un milico de guardia con un perro.
Empezó el partido. Ese día la atención estuvo dividida: una hacia las jugadas, otra a Patrocinio. ¡Espectáculo aparte! No sólo no se había sentado, sino que caminaba en dirección de las jugadas. Desde que empezó el partido, empezó a alentar…
¡al “chancho”! ¡Por supuesto!
-¡Pásala “chancho”… pásala te digo, ¿no ves que fulano está solo?! Cuidado atrás!
¡Te la van a sacar! ¿Qué hacés “chancho” ¿te comes la pelota? …! Pásaaaala!
Y así todo el tiempo. Parecía que el único jugador era el “chancho! Adornaba la situación, esa manera de hablar tan particular que tienen en el Este.
Siempre caminando de un lado al otro. En determinado momento la pelota se fue afuera. Como era habitual, se paraba el partido mientras un jugador iba a buscarla. Los jugadores no podían hablar entre sí, pero … por lo bajo …!se pasaban información! ¡Años que no se veían! El “chancho” vino caminando hacia donde se encontraba Patrocinio, que, ¡cosa rara! Estaba callado. Cuando estuvo a un metro de él, le dijo sin mirarlo:
-¡Viejo de mierda, me tenés podrido. Esta noche no te c… ¡
Todos se rieron, incluso el milico que estaba del otro lado de la cerca. El único que no se rió fue…! Patrocinio! Lo quedó mirando, pensativo. El “chancho” se alejaba despacio, y cuando estaba como a quince metros le gritó:
-¿Qué no me c… esta noche? …! No me c… nunca más! ¡Con lo mal que estás jugando!
La carcajada fue general. La sintieron hasta los compañeros del segundo que estaba del otro lado de la cancha.
Patrocinio Páez Peña, murió enseguida que lo liberaron.
Del corazón murió.
Si yo lo calificara de Héroe, creo que lo estaría disminuyendo.

HOMBRE ENTERO, diría yo.

Pero...por sobre todas las cosas... ¡COMPAÑERO!

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