viernes, 7 de septiembre de 2007

Gato por liebre también en Chile

Es inmoral (y debería ser ilegal) que un parlamentario pretenda llevar los votos con que resultó electo a tiendas que sus electores no aceptan, y de esa forma apuesten a reforzar un modelo económico que sólo ahonda la pobreza de las mayorías.

Si yo incumplo con un contrato, o con un compromiso oficial, lo más seguro es que la otra parte entable una demanda en mi contra. Lo mismo sucedería en el caso de un cambio de giro olvidando mis contratos anteriores aduciendo que ‘ya no fabrico tales artículos, sino otros distintos’.

A guisa de ejemplo, supongamos amigo provinciano que usted compra en una megatienda un juego de dormitorio, el cual será encargado por la sucursal regional a la central de Santiago. Supongamos también que ese juego de dormitorio nunca llega a su domicilio. Usted concurre a la sucursal de la megatienda en su región a exigir lo que compró. ¿Qué pasaría si allí le dicen que ellos ya novenden juegos de dormitorio porque cambiaron el giro? Obviamente, les pedirá devolución del dinero. Pero, ¿y si le niegan tal exigencia aduciendo que ellos pertenecen a otra razón social y usted debe cobrar su platita a la ‘antigua’ megatienda, la que ya no existe legalmente?

Sí, ya sé. La demanda judicial es la única respuesta. Además, es lo obvio, lo lógico. Devolución del dinero, más intereses y demases por daño económico, moral, existencial, engaño con publicidad, etc.

Sin embargo, en materias políticas lo anterior resultaría imposible de demandar, o peor todavía, sería un inútil gastadero de plata en abogados ya que no existe legislación al respecto. Usted vota por Perico Lonchero, miembro del Partido Equis. Lonchero resulta electo diputado y usted queda feliz porque ese partido y el programa propuesto por el candidato eran de su total aceptación, aunque usted no pertenece oficialmente a la nómina de esa tienda (por lo que no recibe ‘ordenes’ al respecto).

No obstante, a los pocos meses –dentro del período parlamentario- el señor Lonchero decide, por sí y ante sí, cambiarse de tienda y llevar a otra organización política el voto que usted le entregó, pero lo hace renunciando también a las propuestas económicas y sociales que ofreció en su campaña, trocándolas por las que –precisamente- usted no habría votado ni llorando por el señor Lonchero. Además, esa organización a la que se ha sumado don Perico es, precisamente, aquella que usted detesta y combate, pero se ha alimentado gratuita y dolosamente con los sufragios de miles depersonas, entre ellos, el suyo, afirmando un modelo de sociedad que no cuenta con la simpatía general.

Lo anterior ha ocurrido cien veces con algunos parlamentarios, alcaldes y concejales. No hay sanción legal ante un incumplimiento como el reseñado en estas líneas. Ni siquiera existe una disposición administrativa que obligue al político que se cambia de tienda a renunciar a su cargo público atendiendo la lógica razón de que fue electo porque –precisamente- representaba a tal o cual tienda, y a tal o cual propuesta económica-social.

POLÍTICOS QUE SON DE TERCERA

Parafraseando a Clotario Blest, podríamos decir que la política, en Chile, es una organización de primera, servida por gente de tercera, aunque el desaparecido dirigente se refería al sindicalismo.

Lo que en verdad ocurre es que los parlamentarios –y los políticos en general- se caracterizan por una frescura de alma que aterra. Como ellos son quienes a la larga legislan, han construido una argamasajurídica en la que solamente sus preciosas figuras pueden hacer en el país todo lo que al resto de la población se le prohíbe y sanciona. Ellos ‘construyen’ la ley, pero siempre quedan al margen de ella. Y quedan ‘legalmente’ al margen. Asunto inefable, por apellidarlo de algún modo.

Muchos políticos carecen de autoridad moral para exigir credibilidad en sus actos públicos a una ciudadanía que ya se cansó de tantas volteretas, chamullos y demagogia, pero por sobre todo harta ya de la prepotencia y soberbia que desencadenan sus acciones, pues esos políticos basan el quehacer público en dos supuestos equivocados: que el pueblo –la gente- es ignorante, y que esa misma ciudadanía es pusilánime, soportando silente y estoicamente cualquier desaguisado, mentira y prevaricación que puedan ejecutar sus representantes.

A objeto de reafirmar esa última opinión, transcribo unas líneas publicadas en el diario argentino ‘Clarín’, respecto de la última movilización convocada por la CUT: “Con este despertar de la protesta y las últimas cifras sobre pobreza e ingreso en Chile lo que se produjo fue un chispazoentre realidades diferentes que sólo el tiempo dirá si deviene en un cortocircuito generalizado”.

No por nada las encuestas muestran a la Presidente Bachelet con un apoyo de tan sólo 39,1%, y a los dos conglomerados del duopolio binominal (Alianza y Concertación) con un escaso, exiguo y risible apoyo que bordea a duras penas el 24%. ¿O será ajustado a la realidad el titular del diario ‘El Universal’, de México, que encabezó la página afirmando: “Chile, modelo económico desgastado”?

Y para que no me tilden de ‘extranjerista’, repito las respuestas entregadas por el prestigioso economista (chicaguiano y componente de la Concertación) Ricardo Ffrench-Davis a “The Clinic” (Nº 215, página 12): “Creo que estamos en momentos de peligro (…) pero cuando hay tozudeces frente a la realidad de la desigualdad, se provocan estas reacciones como las que hemos visto estos días que para mí no son positivas”. Ffrench-Davis ha sido nominado por la Presidente Bachelet como miembro de la comisión del sueldo ético, y cree que las condiciones están dadas para producir un cambio fuerte en el modelo neoliberal.

¿Entenderán este comentario nuestros actuales representantes políticos, así como muchos empresarios, o insistirán en que están autorizados –por decisión propia- a continuar realizando acciones que son rechazadas por la mayoría de los habitantes del país? Si optan por esta alternativa, deberán hacerse cargo responsablemente del posible ‘cortocircuito generalizado’ que podría acaecer a lo largo y ancho de nuestra república.

Arturo Muñoz

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